martes, 17 de marzo de 2009

¿Quién entiende a quién?

Por: Martín López González

En Colombia se han realizado marchas con mucha publicidad para pedirle a las Farc que liberen a los secuestrados en su poder; las que han contado con la gestión de importantes líderes mundiales, entre ellos el Papa. Al tiempo, un grupo de intelectuales iniciaron un intercambio de correspondencia con los rebeldes, tendiente a alcanzar el mismo propósito mediante un acuerdo humanitario y con la ambición de construir un camino hacia la paz.

Producto de toda esa presión nacional e internacional, en un gesto más de lucidez que de buena voluntad, la guerrilla aceptó nuevamente liberar a seis cautivos sin condiciones. No se explica aún la reacción inicial del gobierno, que pública y prácticamente, rechazó la oferta de los guerrilleros.

Pero las cosas no salieron como acostumbraban, pues nadie aprobó ese gesto del Presidente. Su popularidad no le alcanzó para manipular la opinión de los colombianos.

Los primeros en rechazar la posición fueron los familiares de las víctimas del secuestro.

La liberación unilateral y sin condiciones de algunos secuestrados le restó peso al discurso de la guerra; al paso, le quitó protagonismo al espectáculo mediático de la calenturienta alocución presidencial. Se ha visto en ocasiones anteriores al Presidente Alvaro Uribe y a su Ministro de Defensa pelearse el pantallazo. Por ello se entiende que no le cayó nada bien al gobierno el hecho que en esta ocasión fueron otros los actores de la liberación de un grupo de personas retenidas.

El cuento de que los guerrilleros querian figuración y aspiraban recuperar prestigio político, etc., es la idea más embaucadora que se ha escuchado.

Las Farc jamás recuperarán lo que perdieron desde hace muchos años. Lo que a la vista está no necesita anteojos. Es más fácil que el rio Ranchería se devuelva a que las Farc recobren la reputación política.

Tal respuesta del gobierno a ese problema fue una reacción egoísta. Es no guiar su comportamiento por motivos humanistas, sino por una ideología guerrerista que en el pasado le generó, no tanto como en el presente, dividendos políticos.

Ese mismo individualismo le tranca las entendederas, hasta el punto de llevarlo a dar golpes de ciego(como el acoso y sobrevuelo en las coordenadas de entrega); lo que hoy le genera impopularidad. Porque créase o no, los colombianos estamos mamados de tanto odio oficial.

Es tanto el nivel de desconfianza, que de plano se rechaza la veeduría internacional. Esta es y ha sido necesaria, mas no siempre resulta notoria.

Cuando el gobierno colombiano bombardeó el campamento de Raúl Reyes en Ecuador, no tuvo inconveniente en aceptar la colaboración de Israel y Estados Unidos que hicieron, por lo menos, el trabajo de inteligencia.

Esgrimir ahora como excusa que no se puede aceptar la colaboración internacional porque se pone en peligro las relaciones con otros países, es sencillamente una posición oportunista.

En Colombia se ha logrado gestionar la liberación de secuestrados sin disparar una bala y sin usar fraudulentamente emblemas de organismos de DDHH; eso sí, con vigilantes de otros países.

Ese camino lo quiere la mayoría del pueblo y va en línea con la conquista del más anhelado sueño, la Paz de Colombia. Algo loable que algunos no quieren, pues en el fondo acaba con un gran negocio, la guerra.

Hay que tratar de entender lo inentendible. Un estado que se gasta miles de millones de pesos en marchas y camisetas pidiendo la liberación de todos los secuestrados sin condiciones; pagando también cifras similares a guerrilleros que liberen secuestrados; premiando en ocasiones lo que debería castigar, como el caso de la mano cortada como evidencia de un asesinato, ahora censuró lo que debería aplaudir.

¡Semejante chifladura indica la pasión por la guerra y la oposición a cualquier camino que se aleje de ella!.

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