lunes, 11 de abril de 2016

Guerra de acordeones

Escrito por: Hernán Baquero Bracho

Colombia desde la década de los 40 ha vivido siempre una guerra civil no declarada: nuestra organización social pareciera que día a día se desmoronara y en el inmediato plazo parece imposible mantenerla en equilibrio, o sea en paz y dentro de una convivencia civilizada. Por un lado las FARC y el ELN continúan en lo suyo y por otro lado la polarización que vive el país es cada día más efervescente.

Nuestra guerra cuenta y despiadada no es comparable. Sus causas no son identificables y sus apasionamientos no tienen las características genéticas de las guerras civiles, causadas corrientemente por las rivalidades raciales, las incomprensiones religiosas o el fanatismo político. Debemos hacer un pare ante esta violencia y sobre todo de sacudirnos de la indiferencia ante el dolor y el sufrimiento ajeno en la violencia urbana. Es una violencia fracticida sin vencedores, sino solamente vencidos. Los actores somos colombianos. No sabemos por qué tenemos que matar y por qué tenemos que morir.

  Al igual que las terapias utilizadas por la sicología clínica en el comportamiento humano, Colombia requiere de símbolos  más que mágicos que logren identificar nuestras raíces, nos sensibilicen y penetren en las entrañas de la patria y sus gentes. Para Colombia como enfermo terminal, la terapia debe consistir en el rescate de los valores culturales de las regiones que enorgullezcan a los pueblos y hagan sentir la grandeza de nuestras tradiciones.

Vale la pena recordar las palabras de Alonzo Salazar, publicadas en el diario El Tiempo el 9 de Noviembre de 1997 y que continúan vigentes, donde escribió “… No estaría mal una guerra de acordeones con todos los bandos juntos, en un estadio abarrotado, para caer en cuenta que nos estamos matando a nombre de los mismos ideales. Mejor sería que la música y nuestro folclore, reemplazaran la artillería”. Ahí está resumido lo que debe imperar en nuestro país. La violencia urbana en las ciudades está generando  miedo y terror. Salimos de una guerra y entramos en otra. Es como una cadena o de un eslabón que nunca termina.

En el sicoanálisis, la terapia debe ser retroactiva, capaz de exteriorizar e identificar los conflictos y las frustraciones pasadas como únicos causantes de los traumas presentes. En el programa clínico requerido por Colombia, los símbolos culturales expresados por nuestro folclore, nuestras artesanías y las costumbres regionales que simbolizan a nuestra historia, nuestra geografía, nuestros climas y la grandeza de nuestras tradiciones, deben constituir la esencia básica de la terapia eficaz requerida, que nos sensibilice e identifique.

Al folclor musical le corresponde el valor masificador más eficaz como herramienta terapéutica por la capacidad de divulgación y sensibilización que produce la poesía regional, acompañada de los instrumentos musicales tradicionales y animadas por loa bailes típicos de cada región y cada geografía.

  Las obras representativas de nuestro folclore como muestras folclóricas, como herramientas de identificación personal, deben ser majestuosas para lograr la elocuencia, verdaderamente grandes para que pertenezcan al país entero, auténticas e inéditas  y que no modifiquen la esencia. Deben representar las glorias de nuestros antes pasados  y medir los medios que emplearon para adquirirlas.

Creemos firmemente en la necesidad de derrotar la violencia, pero no con las armas que silencien vidas. Debemos vivir en un país donde no se toleren los atropellos a la dignidad humana. Colombia ha sido testigo de un genocidio mudo, sin igual en ninguna otra sociedad democrática.

El arte y la cultura deben constituirse en los símbolos patrios que es la esencia del alma y de sus gentes y como tal debemos por ejemplo combatir la violencia con esa cultura y esas raíces y para el caso específico del tema en mención  que mejor una guerra de acordeones donde se olviden las penas y las penurias y se reconcilien los corazones a punta de música de la buena.


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