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viernes, 26 de junio de 2009

Maicao, un octogenario joven

Por: ALEJANDRO RUTTO MARTÍNEZ

Corría el año de 1.926. El sol del desierto hacía estragos en la escasa vegetación de la península y las pocas fuentes de agua se habían secado.
La historia no era distinta a la de siempre. Los wayuu vivían el verano con paciencia porque tarde o temprano Maleiwa enviaría a Juyá para calmar su sed. Por eso vivían normalmente su vida y se dedicaban a sus actividades normales. Una de ellas era el comercio del maíz. Uno de sus sitios predilectos para intercambiar el grano por otros productos.
A ese sitio se le denominó con el nombre de "Maiko" , palabra que en wayüunaiky significa "Tierra del Maíz". Alrededor de ese sitio se construyeron las primeras viviendas y después otras y otras. El punto de tráfico se convirtió en caserío y el caserío en pueblo y el pueblo en ciudad. De eso ya han pasado 80 años y Maicao sigue siendo una ciudad tan joven que es casi imposible encontrar maicaeros mayores de cincuenta años.
Y cuando encontramos a los maicaeros de cualquier edad, generalmente son personas cuyos padres llegaron de otros lugares del país o del exterior. La ciudad ha vivido desde entonces en los altibajos propios de sus eventuales y excéntricas bonanzas y de sus permanentes y legendarias crisis económicas. Una de sus bonanzas fue la del comercio.
Colombia protegía a su industria impidiendo el ingreso de mercancías extranjeras y el único sitio por donde estas entraban era, precisamente por Maicao. Además, Venezuela vivía una bonanza económica y tenía una de las monedas más fuertes del continente.
Las ventas de los almacenes eran astronómicas; la gente se movía sin cansarse de un lugar a otro; los comerciantes amasaban fortunas y, en general la gente obtenía ganancias para vivir, por lo menos, decentemente. La bonanza, como toda bonanza fue temporal.
Y como toda bonanza mal administrada deja más mal quebien. Después de esos tiempos agitados las cosas volvieron a tomar su curso. Y ocurrió como cuando alguien bebe en exceso: al día siguiente se levanta sin dinero y con el guayabo: una sensación de malestar total.
Sin embargo, una cosa debe aclararse: el comercio de la ciudad disminuyó pero Maicao no se acaba. Separemos los dos conceptos.
Una cosa era el comercio, las ganancias absurdas, las ventas millonarias y otra la sociedad que crecía al lado de este maremágnum de dinero y comercio. Si el comercio se acabó, la ciudad vive; si las ventas disminuyeron, la juventud creció; si el agite se moderó, lasesperanzas aumentaron.
Maicao no se acaba. Vive hoy en el espíritu de una sociedad convencida de su presente lleno de posibilidades y de su futuro prometedor.
Y por eso siguen en la lucha como en 1926 cuando el sol del desierto hacía estragos en la escasa vegetación de la península y las pocas fuentes de agua se habían secado.

viernes, 27 de febrero de 2009

¿Qué es una ciudad?

Por: Alejandro Rutto Martínez

Una ciudad no es solo calles carreras y parques, autos ruidosos y motocicletas veloces. Es eso, pero mucho más.

La ciudad está formada por sus jóvenes sonrientes camino al encuentro con su propio destino, el cual construyen con juicio y sin pausa; una ciudad es el conjunto de niños que con sus mentes inocentes y sus corazones alegres dibujan en sus cuadernos maltrechos un jardín en donde ninguna flor está dedicada a la muerte ni la tristeza.

Una ciudad tiene su historia escrita en las arrugas que surcan el rostro amable, generoso y bello de sus ancianos, quienes en sus años de energía y fortaleza invirtieron en ella su amor, su dedicación y sus ilusiones para que otros viajeros del tiempo pudieran conocerla y disfrutarla.

Una ciudad, una ciudad verdadera, se posa sobre el sentido de pertenencia de sus habitantes todos, porque no somos solo de la ciudad en la que nacimos o nos criamos sino en aquella que nos recibe y con magnanimidad permite que la planta de nuestros pies se pose sobre su suelo.

Una ciudad, una verdadera ciudad, es una construcción colectiva en la que todos hacemos un aporte para lograr que sus estructuras sean sólidas, fuertes y firmes y resistan los embates de los tiempos adversos y se levante con vigor ante la desolación de la indiferencia.

En esa construcción colectiva el pegamento es la mano amiga de cada ciudadano y su intención irrevocable de dar antes que pedir; de entregar antes de exigir; de mirar al horizonte posible del progreso antes de arrojarse a la tribulación y al desespero.

Una ciudad, una verdadera ciudad, alberga a personas convencidas de que el bien general es más importante que los beneficios personales. Por eso cada buen ciudadano se comportará de manera que su vida, su filosofía y forma de actuar estará orientada a producir las condiciones necesarias para que exista un clima en donde todos se sientan respirando el aire de los ganadores.

Y en donde, por supuesto, nadie sienta que está ante la faz indeseable de la derrota.

Una ciudad, una verdadera y gran ciudad ha decidido jugársela con un conjunto de leyes justas y equitativas respetadas por todos. Y serán leyes respetadas, acatadas y defendidas. Y el respeto a la legalidad, creará un contexto de confianza en donde todos sepan los deberes que deben cumplir y tengan confianza en sus derechos y puedan ejercerlos libremente.

Una ciudad, una verdadera ciudad, promoverá el uso de las buenas costumbres. Las nuevas y las viejas. Y se verá el respeto de los niños a los mayores y la caballerosidad no será una fantasía. Los vecinos vivirán en armonía y cada quién cuidará a los demás.

Nadie destruirá ni tomará lo que es de todos ni permitirá que otro lo haga. Las buenas costumbres no estarán escritas en los códigos pero estarán escritas con letras indelebles en el corazón de cada ciudadano y ciudadana.
Leer un artículo sobre Alejandro Rutto Martínez

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