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viernes, 18 de junio de 2010

¡Es que es muy difícil!






Por: Paola Johana Martínez ortíz

Cuando somos pequeños la mayoría soñamos con ser adultos, y lo digo con tanta certeza porque lo experimenté, creemos que todo es tan fácil que ideamos una vida perfecta al llegar a tener la mayoría de edad; las niñas buscan verse en el espejo se su madre, buscan alguna manera de parecerse a ella e inclusive llegan a vestirse y actuar como su mamá; los varones en la misma condición detallan al modelo del padre o de la figura masculina con la que más tengan contacto. Se sueña con crecer rápido porque la vida parece tan fácil que no necesitaríamos llegar a la adultez para ejecutar perfectamente ese anhelado papel.

Pero llega el tiempo de asumir las obligaciones que vienen con ser adulto, entonces cambia el paradigma, ya aquel sueño no es tan Rosa, ni mucho menos anhelado, por el contrario se juega a esquivar las responsabilidades manteniendo la idea de que todavía no es hora. ¿Entonces?, ¿somos o no somos adultos?, ahora dejamos de vestirnos como papá y mamá, ahora en vez de querer asumir nuestro papel queremos regresar a donde estábamos, ¿qué pasó?, ahh es que ¡Es muy difícil!, no podemos con todo eso, es más; es mejor quedarnos siendo niños, así solo tenemos que pedir y no tendremos responsabilidades.

Creo que la mayoría de nosotros pasó por la misma situación, o aún seguimos viviéndola, pero para nuestro consuelo el pueblo de Israel en la antigüedad también pasó por algo similar… y a esta circunstancia le llamaremos de ahora en adelante el síndrome “ME QUIERO REGRESAR”. Los habitantes de Israel habían recibido un promesa de parte de Dios, él les prometió llevarlos a una tierra donde fluía leche y miel, una tierra donde disfrutarían de su libertad y nunca más volverían a depender de Egipto; ¡pero nunca dijo que sería fácil!, él les indicó el camino a seguir, les dio las directrices y los sustentó durante todo aquel camino; y por si fuera poco los puso bajo el cuidado de un líder para que este se convirtiera en el puente entre el Pueblo de Israel y Dios, este líder fue Moisés,.


Los 40 años en el desierto

La voluntad inicial de Dios para Israel era movilizarlos a través del desierto hasta la Tierra Prometida. Pero no estaban agradecidos por haber sido liberados de la esclavitud a la que los había sometido Egipto desde hacía 400 años, y se quejaban por cualquier motivo y lo peor fue que enfadaron muchas veces a Dios por su desobediencia, pero él siempre posó su misericordia sobre ellos por fidelidad a su pacto con Abraham. Cuando llegaron al límite de la Tierra Prometida afirmaron que no podían adentrarse allí y que lo mejor sería regresar a Egipto porque los espías que habían enviado a explorar la tierra les informaron que aunque aquel lugar si era como se lo habían prometido, también era cierto que habían gigantes y que ellos no podrían derribarlos.

Pero lo que más me impacta es que existía otro camino para llegar a aquella tierra, y al tomarlo recorrerla sólo tomaría 3 días, ¿porqué Dios los llevó por el camino más largo?, pues considero que el camino corto representa “el camino fácil”; recordemos que el pueblo de Israel trató muchas veces de regresarse a la tierra de Egipto, y llego a la conclusión de que Dios los envió por el camino difícil porque él sabía que ellos decaerían una y otra vez, y ya habiendo avanzado bastante en el desierto les quedaría más difícil regresarse; lo contrario hubiese pasado si Dios les hubiese permitido ir por el camino fácil, porque probablemente habrían renunciado a su libertad a cambio de la comodidad de Egipto.

En el desierto aprendemos a superar cada prueba ¡no me cansaré de repetirlo!, Dios guió a los hijos de Israel por el camino largo y difícil porque todavía eran cobardes, y de esta manera obraría en ellos para prepararlos para las batallas que tendrían que enfrentar para llegar a la tierra prometida. De la misma manera Dios actúa con nosotros, muchas veces nos guía por el camino difícil en lugar del fácil porque está trabajando en nosotros, de lo contrario ¿Cómo podemos aprender alguna vez a apoyarnos en él, si todo lo que viene a nuestras vidas es fácil que podemos lidiar con ello nosotros mismo?, y eso es lo que Dios quiere; que aprendamos a depender de él, que no forcemos los cerrojos si él aún no ha abierto la puerta; que hagamos las cosas a la manera que él quiere porque te aseguro que aunque parezca difícil es la manera correcta y sobre todo la que no causa destrucción.

Aprendamos a vivir la vida a la manera que Dios quiere, claro que para conocer su voluntad es necesario que primero le busquemos, no olvidemos que todo lo que fácil llega posiblemente fácil se va! Aprendamos a confiar en un Dios que abre puertas exclusivas…..


Apocalipsis 3: 3:7 Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:
3:8 Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.

viernes, 26 de junio de 2009

Maicao, un octogenario joven

Por: ALEJANDRO RUTTO MARTÍNEZ

Corría el año de 1.926. El sol del desierto hacía estragos en la escasa vegetación de la península y las pocas fuentes de agua se habían secado.
La historia no era distinta a la de siempre. Los wayuu vivían el verano con paciencia porque tarde o temprano Maleiwa enviaría a Juyá para calmar su sed. Por eso vivían normalmente su vida y se dedicaban a sus actividades normales. Una de ellas era el comercio del maíz. Uno de sus sitios predilectos para intercambiar el grano por otros productos.
A ese sitio se le denominó con el nombre de "Maiko" , palabra que en wayüunaiky significa "Tierra del Maíz". Alrededor de ese sitio se construyeron las primeras viviendas y después otras y otras. El punto de tráfico se convirtió en caserío y el caserío en pueblo y el pueblo en ciudad. De eso ya han pasado 80 años y Maicao sigue siendo una ciudad tan joven que es casi imposible encontrar maicaeros mayores de cincuenta años.
Y cuando encontramos a los maicaeros de cualquier edad, generalmente son personas cuyos padres llegaron de otros lugares del país o del exterior. La ciudad ha vivido desde entonces en los altibajos propios de sus eventuales y excéntricas bonanzas y de sus permanentes y legendarias crisis económicas. Una de sus bonanzas fue la del comercio.
Colombia protegía a su industria impidiendo el ingreso de mercancías extranjeras y el único sitio por donde estas entraban era, precisamente por Maicao. Además, Venezuela vivía una bonanza económica y tenía una de las monedas más fuertes del continente.
Las ventas de los almacenes eran astronómicas; la gente se movía sin cansarse de un lugar a otro; los comerciantes amasaban fortunas y, en general la gente obtenía ganancias para vivir, por lo menos, decentemente. La bonanza, como toda bonanza fue temporal.
Y como toda bonanza mal administrada deja más mal quebien. Después de esos tiempos agitados las cosas volvieron a tomar su curso. Y ocurrió como cuando alguien bebe en exceso: al día siguiente se levanta sin dinero y con el guayabo: una sensación de malestar total.
Sin embargo, una cosa debe aclararse: el comercio de la ciudad disminuyó pero Maicao no se acaba. Separemos los dos conceptos.
Una cosa era el comercio, las ganancias absurdas, las ventas millonarias y otra la sociedad que crecía al lado de este maremágnum de dinero y comercio. Si el comercio se acabó, la ciudad vive; si las ventas disminuyeron, la juventud creció; si el agite se moderó, lasesperanzas aumentaron.
Maicao no se acaba. Vive hoy en el espíritu de una sociedad convencida de su presente lleno de posibilidades y de su futuro prometedor.
Y por eso siguen en la lucha como en 1926 cuando el sol del desierto hacía estragos en la escasa vegetación de la península y las pocas fuentes de agua se habían secado.

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