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jueves, 12 de octubre de 2017

La metáfora de la guerra en la narración del fútbol

 "Llegan a matar y matarse por su equipo en el entendido que hay que dar la vida por lo que se quiere en la guerra del fútbol"

POR: ABEL MEDINA SIERRA - 2017 / 09 / 28
Ninguna actividad lúdica se ha vuelto más importante el mundo contemporáneo que el fútbol. Tan importante que para millones de personas,  ya dejó de ser un juego para convertirse en un oficio, una pasión, un negocio y hasta en una guerra. Hay quienes se han enamorado del balompié por lo poético de jugadas de Rey Pelé, Maradona, Messi, Neymar o Ronaldinho; los malabarismos acrobáticos de Cabañas o Hugo Sánchez. Pero también, quienes se sienten atraído por la épica y  hostigante enjundia y agresividad de jugadores como Dunga, “El Patrón” Bermúdez, Mascherano, Gentile o Pepe que más parecen gladiadores.
La pasión por el futbol ha inflado la camisa no solo de jugadores sino que los hinchas también se sienten alentados por una pasión que les consume su tiempo, su dinero, sus afectos y hasta sus odios. Llegan a matar y matarse por su equipo en el entendido que hay que dar la vida por lo que se quiere en la guerra del fútbol. Pero no solo ocurre con  los fanáticos, también pasa con los narradores deportivos, unos tan parcializados hacia el equipo local.
Ellos han “domesticado” de alguna manera la violencia del fútbol dentro y fuera de las canchas al verbalizarla. Para ellos,  metafóricamente un partido se asocia, como dice el comunicador social William Zambrano quien hizo su tesis sobre este tema:   “al  concepto de combate/guerra, en donde hay algo que ganar y que perder, por eso es frecuente en el discurso deportivo oír expresiones como “el enfrentamiento (para hablar del partido), los defensas, el atacante, el árbitro, los contrincantes, el duelo, el cañonazo, el tiro, sólo por nombrar algunos”.
Como lo expresa en su obra, se usan por parte de estos narrados “metáforas de guerra” para referirse  a un partido de fútbol  y así con este lenguaje bélico “La violencia, pasó de física a simbólica gracias a la introducción de reglas” (2001.p, 11)
No solo sucede con el futbol pero si es muy evidente que nuestros narradores deportivos más parecieran estar narrando una guerra que  un juego,  acuden a un lenguaje bélico que aunque son metáforas, lejos de “embellecer”  el relato lo que generan es una verdadera “balacera lingüística”.
Ya Eduardo Galeano en su obra El fútbol a sol y sombra (1995) había puesto la lupa sobre este tema al escribir: “en el fútbol, ritual sublimación de la guerra, once hombres de pantalón corto son la espada del barrio, la ciudad o la nación. Estos guerreros sin armas ni corazas exorcizan los demonios de la multitud, y le confirman la fe: en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos. El estadio tiene torres y estandartes, como un castillo y un foso hondo y ancho alrededor del campo. Al medio, una raya blanca señala los territorios en disputa. En cada extremo, aguardan los arcos, que serán bombardeados a pelotazos. Ante los arcos, el área se llama zona de peligro”.
Pero no solo se traza del uso de ciertas metáforas en las que se crean imágenes que toman como elemento figurado las prácticas bélicas para comparar los hechos reales, es también esa otra forma de metáfora que son los apodos con los que se suele dimensionar ( o sobre dimensionar, a veces) las cualidades  “ofensivas” o “defensivas” de un jugador.  A continuación, presento un texto de ficción de mi autoría, en el cual uso referentes del futbol  colombiano y latinoamericano  en varias décadas para recrear y al mismo tiempo ilustrar, cómo la metáfora de la guerra impera con su carga bélica, el discurso de nuestros narradores de futbol:
“El choque tenía el marco propicio, noche afilada y tribunas repletas. Los “Aguerridos” saltaron  al campo entre el estruendo del público y la pirotecnia del cielo, entre el rugir desde las abigarradas gradas  desde  donde  los Comandos Azules, la Furia Verde,  la Amenaza Roja o la Barra Brava juntaban sus voces, su grito jamás derrotado, su puño amenazante y sus ganas de triunfo. No había pasado este bramido del estadio cuando “Los Centauros”, entre gritos y rugidos de su capitán, “El Patrón” Bermúdez  salía raudo al ruedo. Nuevo estruendo en la tribuna, nuevas bengalas en el cielo, la promesa de la disputa durante noventa palpitantes minutos. Criollos y extranjeros, los de aquí y los de allá en una batalla por el gol en la que J.J Toro, el más severo de nuestros jueces dirimiría con firmeza.
El pitazo inicial encendió a las barras que desde entonces no conocieron la quietud, el balón rodó inicialmente con sigilo, los equipos se medían las fuerzas, atisbaban las tácticas, daban calor a una furia contenida. El primer grito ahogado surgió cuando Los Aguerridos atacaron por la derecha, “El Panzer” Carvajal que empuja y mete ganas, disputa un balón al “Diablo” Echeverri y mete un pase a “La Turbina” Tréllez quien con su endemoniado regate deja a “Barrabás” Gómez, centra cruzado y “La Puya” Zuleta peina pero la pelota apenas soba el paral izquierdo del marco del “Gato” Fernández. Apenas corría el minuto cinco y la amenaza de un match muy ofensivo cobraba validez.
A los 15 se calientan las acciones cuando el veterano brasilero Roberto “Dinamita” despoja al “Torito” Arzuaga del esférico y toca para el “Matador” Salas quien quema de zurda y exige al arquero Rayo que envía al tiro de esquina. Un cabezazo del “Tanque” Ruíz que pasa rozando con furia el horizontal sería indicio de un equipo Centauros ofensivo y rápido. Los Aguerridos  del “Caimán” Sánchez tomaron sus precauciones, ajustaron las marcas, comenzó el “León” Leonel Álvarez y “La Pelusa” Pérez  a hacer presión sobre los costados, los defensas encimaron para marcar hombre a hombre, cada defensa respiraba sobre el hombro de su contrincante. El partido se hizo hostil, la marca era severa, las fricciones se hacía frecuentes, el árbitro tuvo que mostrar la amarilla al “Torito” Arzuaga de los Aguerridos y al “Animal” Cortéz de los Centauros por codazo mutuo.
 A los 22 un contragolpe de los Aguerridos deja al “Bombardero” Valenciano frente al arquero “Gato” Fernández, el riflazo del goleador quema las manos del arquero quien logra desviar y ahogar el grito de gol en la parcial Aguerrida. Ripostan los Centauros dos minutos más tarde cuando “El Diablo” Echeverri triangula con “El Matador” Sala y “El Tigre” Gareca quien saca un soberano zapatazo que buscaba el ángulo y que obligó a Rayo a poner alas a su cuerpo.
La emoción del gol llegó a los 34 cuando saca el “Gato” Fernández, “El Tigre” Gareca le gana al “Fósforo” López y cuando el “Tanque” Ruiz iba a liquidar es derribado en la línea de 16.50 por “El Mariscal” Mendoza. El tiro libre ya tenía dueño, “El Mortero” Aravena, el especialista que sacó a relucir sus dotes de francotirador. Un zurdazo imparable sacudió las telarañas del arco Aguerrido y encendió los ánimos de la tribuna. Uno a cero y los Aguerridos estaban heridos.
Concluyendo el primer tiempo Los Aguerridos le metieron corazón al partido  y en una avanzada ofensiva arreciaron sobre el arco enemigo. Un fusilazo del “Torito” Arzuaga, otro del “Bombardero”, un tiro a boca de jarro de la “Turbina” Tréllez, el “Pánzer” que desde la mitad empuja al equipo, un “Bolillo” Gómez enardecido desde la banca; un “Gato” Fernández inexpugnable y una férreadefensa  que se bate como gato boca arriba y el juez que señala la bomba central para decretar que el primer tiempo culmina.
Para la segunda etapa, “El Caimán” Sánchez dispone variantes: el peruano “Tanque” Larrosa entra por Salas, “El Toro” Tamayo lo hace por “El Tigre” Gareca mientras el uruguayo  “Policía” Alzamendi remplaza al “Tanque” Ruiz. El “Bolillo” Gómez también mueve sus fichas: “La Babilla” Díaz remplaza a Valenciano, “El Matador” Téllez lo hace por Tréllez y “La Piraña” Díaz por “Torito” Arzuaga. El segundo tiempo también fue vibrante y disputado, apenas a los 3 minutos el “Misil” Restrepo con un  sacudió  el travesaño del arco de los Centauros. Dos minutos más tarde fue El “Tren” Valencia, quien estaba rezagado al mediocampo que despuntó en un pique raudo, se llevó tres contrarios y remató rasante para otro ataque mortífero de los Centauros. Luego viene un dominio parcial de los Aguerridos, “La Babilla” llevando peligro por arriba, “El Matador” Téllez forcejeando con los recioscentrales, una “Piraña mordiente y punzante por la punta, una “Puya” Zuleta que venía de atrás cazando remates, un “Misil” Restrepo incisivo. Los Centauros se abroquelan atrás, cierran los espacios y desde su trinchera resisten los embates mientras “El Tanque” Larrosa y “El Policía” Alzamendi ensayaban letales contragolpes.   
A los 15 se desprende “El Toro” Tamayo quien sirve a Alzamendi que remata desviado. A los 20 serían los Aguerridos con Téllez quien envía por encima. A los 25 se produce un nuevo cambio en los Aguerridos, entra “La Flecha” Gómez por “El Misil” Restrepo y “El Fantasma” Ballesteros por “La Piraña”. Unos minutos más tarde a fin se rompe el la guarida del Centauro, sería la “Flecha” Gómez que elude a su marcador, burla la cobertura y hace el pase de la muerte para que el joven ariete “Babilla” Díaz fusile al cancerbero  “Gato” Fernández. Un sordo estampido de júbilo se encajonó en un sector  del estadio.
Los Centauros reforzaron las líneas para su contraofensiva, “El Pirata” Ferrer  entró por “El Mortero” Aravena,  “El Ferry” Zambrano lo haría por Larossa quien recibió un señor leñazo de Leonel Álvarez que lo marginó del juego. Los Centauros salieron de su guarida con los dientes afilados, se abalanzaron sobre el arco de Rayo, “El Ferry” que hacía flecos su marca, “El Patrón” que empujaba y amenazaba por arriba en la pelota quieta, un “Policía” que gambeteaba, un “Pirata” que cazaba balones, un “Barrabás” que pescaba remates. Pero Los Aguerridos daban pelea, “El Fantasma” que se descuelga y casi vence la resistencia enemiga, una “Babilla” que con polenta viola la retaguardia de los Centauros llevando peligro en cada ataque.
Corrían los 25 minutos, “La Flecha” que prende motores, una defensa vacilante, rompe con fuerza el atacante y “El Patrón” que lo baja con artero codazo. La trifurca se arma de inmediato, codazos vienen, empujones van, improperios altisonantes, un juez que amenaza y que al fin saca tarjetas, el balance: dos amarillas, La “Piraña” Díaz y “Barrabás” Gómez, una roja: Bermúdez. La sangre caliente, el reloj que avanza, las tribunas que se radicalizan, la contienda cobra fragor.
Ataque de uno y otro lado, los equipos que renuncian a defenderse y se lanzan tras la  victoria, los Aguerridos que hacen su último movimiento: “Gato Pérez”  por Leonel Álvarez. “El Gato” que araña la posibilidad del gol al minuto de haber entrado cuando cabecea contra el piso y “El Animal” Cortéz que salva en la raya. “El Diablo” Echeverri que cobra a riesgo y un nuevo fogonazocontra el arco de Rayo que vuela a los 30, “El Pirata” Ferrer que pisa el área de candela por el flanco izquierdo y saca un tramojazo que pega en un defensa. Los ataques eran de lado y lado,  cada balón disputado con rudeza, un partido de tú a tú, de toma y dame.
El reloj marcaba los cuarenta cuando “El Ferry” le pone velocidad y como un bólido encara a la defensa de los Centauros, elude la pierna rival y saca un remate seco, certerodeletéreo que se incrusta en todo el rincón inferior derecho del arco de Rayo. El grito de gol. El desespero  aguerrido, la rabia de “Bolillo” y el juez que señala en centro. Cinco minutos de batallaramalazos de la delantera aguerridaAsedio permanente. La defensa de los Centauros que no se quiebra. Un “Gato” que vuela y se sacude. El insulto en los labios del “Bolillo” que reclama al árbitro. “La Flecha” que guerrea entre recios defensas, el “Gato” Pérez que amenaza con enconometrallazos del “Fantasma” que sacuden el estadio. “El Pánzer” Carvajal que busca taladrar la fortaleza enemiga. Faltaba un minuto,  la garra de los Centauros, la enjundia de los Aguerridos, el desespero del  público. Un balón que rechaza la retaguardia de los Centauros y que caza “La Flecha” Gómez. Un tiro con el alma, con todas las ganas, casi con furia, con vehemencia. El balón que sobrepasa el muro humano de los defensores. Un “Gato” impotente. Un grito en la garganta que se muere por explotar. La red que se rompe. La noche que se enciende. El público que se enardece. El gol del empate, el lapidario tanto. La paridad consumida pues una vez se fue la pelota al centro, J.J Toro diría con su silbato que la batalla había cesado. Así, con honroso empate, entre abrazos e intercambios de camisetas, aplausos del público y el choque de manos con el árbitro se culmina la contienda: el gran partido para pedir por la paz del país”.                                                                 
En suma, desde el relato deportivo también se enarbola esa carga de hostilidad y violencia, aunque  verbalizada, que permea la práctica del fútbol, ese deporte que cada día es menos juego, menos lúdica   y más lucha y guerra.   

miércoles, 25 de marzo de 2009

Crónica: el crack de los pies descalzos

Diego Maradona: "Yo crecí en un barrio privado... privado de luz, agua, teléfono..."

Por: Abel Medina Sierra

“Perita” lo llamábamos, creo que ya no lo recuerdan por ese nombre. Se que vive en el otro extremo de la ciudad al que le decían hace algunos años “El Caguán”, no será por lo tranquilo.

Cuando uno se cambia de barrio hasta los apodos se diluyen. Quizás lo llamen por el nombre con el que lo bautizaron por allá por los lados de Barrancas: Albert López Bolívar. Supe su nombre cuando coincidimos en la misma escuela, “La Pública”, uno de los pocos planteles oficiales de los 70`s a la que acudíamos niños de todos los barrios de la ciudad. Esto hace varios años, tantos que muchos nombres incidentales de esta historia ya hacen parte del inventario de ausencias.

“Perita” era menudito, aunque se le contaban las costillas sus brazos y su pecho eran de una consistencia atlética, ancho de hombros y flaco de cintura. Su pelo de sortijas encrespadas, sus piernas corticas y su andar de torero ufano no pasaban desapercibidos, “Culito parao” decíamos en la cuadra. Había llegado con sus padres como parte de una inmensa colonia familiar que desde entonces comenzó a poblar esta frontera: los López.

Su abuelo, Eusebio López había dejado como al desgaire unos cuarenta hijos regados por toda La Guajira. También su padre arrastraba la estela de semental irrefrenable. Los López encontraron en el negocio compra venta y repuestos de carros un oficio que parece haber contagiado a todos sus descendientes, incluso a “Perita”.

No recuerdo cómo comenzó nuestra amistad, sería por el fútbol, sus hermanos y yo nos hicimos solidarios hinchas de Millonarios, un equipo “cachaco” por llevarle la contraria a los Muñoz, unos vecinos recalcitrantes, chauvinistas y apasionados hasta el paroxismo por el Junior. En la escuela estábamos en el mismo salón.
Cada uno tenía su reino, el mío era la escuela, allí mandaba yo. Yo ideaba las claves para “soplarle” en los recurrentes exámenes de falso y verdadero. El mandaba en la cancha, bueno no siempre era cancha, la mayoría de veces era la calle arenosa o el patio semi-enmontado. Allí en los partidos de pies descalzos, con pases magistrales que yo no aprovechaba (el fútbol no fue territorio fértil para mi destreza) me devolvía los favores académicos.
Nos unía también la inclinación hacia la música, entonces yo soñaba con emular a Alfredo Gutiérrez. El cantaba rancheras como “El perro negro” y elogiaba a los charros mejicanos; a mi me fascinaba el vallenato como “La creciente”, al fin ni él ni yo palpamos fortuna en nuestras voces.

“Perita” era mi héroe cuando estaba en sus dominios, creo que él admiraba mis desempeños académicos. Lo suyo era la bola de trapo; la escondía, la pegaba como si fuera una prolongación de sus diminutos pies, le imprimía combas que desafiaban las leyes físicas. Su vertiginosa carrera con la pelota lo hacía incontrolable para todo defensa.

La magia del engaño en su diminuto cuerpo. Esa “pera” no era fácil para ninguno que le tocara la suerte de estar en el equipo contrario. Entre sus cualidades para el fútbol estaba su notable condición para el remate, una patada con rauda dinamita.

No era para menos, era hermano de Eustorgio López, aquel que pensaron suspender de los campeonatos pues la liga de fútbol no quería asumir las pérdidas de arreglar las mallas, cada partido que éste anotaba las rompía todas. Los fanáticos perdieron la cuenta de cuántos arqueros había “privado” en su rutilante carrera de fusilazos al arco.

Los partidos del barrio tenían la pícara alegría de un puntero que abría zanjas en toda defensa, que rompía con fuerza y velocidad todo esquema, que quebraba cinturas con magia de contorsionista, dribbling certero e intuición electrizante. Sus pies descalzos parecían volar sobre las arenosas canchas. “Perita” fraguaba un futuro de estadios repletos y apoteósicas ovaciones, su mañana tenía cara pecosa de balón y olor a sudor y grama.

Los técnicos de equipos infantiles y juveniles preguntaban por él, los jugadores mayores se escapaban a admirar su hábil gambeta, “Perita” pedía a gritos un cupo para sus piernas en el estrecho estante de la gloria pobre de nuestro fútbol.

Cuando Gaby Salas, un próspero marimbero, contrabandista y gallero con prurito despilfarrador armó un equipo juvenil de fútbol reclutando los mejores prospectos de la ciudad, “Perita” fue el primero en su lista. “La Bodega” se llamaba el equipo, en honor al almacén donde Gaby guardaba sin recato su contrabando de café. Para este excéntrico mecenas del fútbol su pasión por el equipo de nuestras preferencias, el desteñido multicampeón capitalino, le hizo conformar su propio club que vestía también de azul de los Millonarios.

Con sana envidia disfruté ver a mi ídolo con el número de Willington Ortiz, allí estaba “Perita”, presto a apurar los primeros tragos del éxito.

El debut de “Perita” en el campeonato municipal fue unos de los eventos que más ha despertado entusiasmo en mi vida. Me consolaba saber que yo era una de sus amistades predilectas, que varias veces sus cinco en el salón tenían una deuda conmigo, quién creería que el lunes próximo no turnaríamos a cantar el su “Perro negro” y yo mi “Creciente”.
Allí estaba en el estadio, impecable, con su postura de torero ufano, su “culito parao”, sus botines recién comprados, el número siete del “Viejo Willy”, su cintura presta al engaño, su carrera predispuesta a la burla, su rifle montado para castigar arqueros. Allí estaba mi héroe, y el barrio entero se había volcado a aplaudir sus gestas balompédicas.

Petronio Zúñiga era el árbitro, un matusalén que todos conocían por que casi siempre caminaba descalzo las calles llenas de alfileres del centro. Únicamente usaba zapatos cuando oficiaba como árbitro. Era reconocido por su imparcialidad y su semblante hurañamente cuarteado por los años. Cuando Petronio dio el pitazo inaugural los aplausos ya agitaban la sonrisa de “Perita”.
Pasaban los minutos, “Perita” corría y corría, con denuedo, con bravío entusiasmo, pero la pelota, esquiva, se volvía un untuoso jabón entre sus piernas, se escapaba hacia la banda lateral, sus tiros al arco se desviaban, sus dribblings centelleantes dieron paso a una torpeza de paquidermo, no había resquicio para su genio. Era otro.
Su magia escaseaba, su gambeta no engañaba ni a un poste; su galope era deslucido y lento. La desilusión temprana. Mi entusiasmo se diluyó con los minutos, los aplausos comenzaron a escasear, lo abucheos le demostraron la sucia cara del fracaso. Fue entonces que lo vimos acercarnos a su técnico, el siempre cascarrabias “Encho” Escudero, “si me dejan quitar los zapatos soy otra cosa” se le oyó decir. El partido fue parado ante el desespero estentóreo de Gabby Salas.
Le pidieron al árbitro que le permitiera jugar sin los botines como le permitían en los partidos amistosos con Los Diablos Rojos del barrio Pastrana o con el Deportivo “Lucky Cotes” del reconocido marimbero de Riohacha. La magia estaba en sus pies descalzos, en sus dedos pequeñitos, en su empeine firme, en el contacto vivo con la arena y el balón. Petronio no transigió a pesar de los reclamos y amenazas de la enfurecida banca azul y las amenazas de Gaby Salas. El cambio no se hizo esperar, - sale “Perita”, entra Nieves – lapidó el técnico, una tarde de decepción.

Asistimos a otros partidos de “La Bodega”, siempre ganaba, era un equipo triunfador, arrasador, ahora tenía otros ídolos: Vitico, Polo, un flaquito que le decían “La yilé” por sus filigranas de artista. Claro a quines conocíamos a “Perita” sabíamos que nunca lo igualarían. “Perita” se fue acostumbrando a la banca.
Allí lo observaba, su uniforme impecable, así regresaba a casa de la vieja Pilar, sin untarse de la arena que tanto añoraba, sin la alegría original del gol propio, sólo con el consuelo del gol ajeno. En la banca se desvanecía su raudo ímpetu, la burla de sus piernas, la picardía de sus pies, su sonrisa se tornaba mustia. En las prácticas aún se gozaba con su pericia y arte, pero en cada partido la fría banca le hacía lamentar de los relucientes botines que le robaban su magia. -Porqué no hacían campeonatos de pies descalzos– preguntábamos sus amigos - .

Con los días perdió amor por el fútbol, también con los días se mudó del barrio. Cuando terminamos la primaria los caminos se bifurcaron y las oportunidades de encontrarnos se limitaron. Muchos años después, en unas vacaciones de semana santa lo encontré en una playa, jugaba al fútbol con una pelota rebotadora. Aún conserva la cara del niño travieso, aún tenía picardía, aún sonreía con los recuerdos. Su imagen del pasado fue tomando forma en mi memoria. Ahora lucía muchas cadenas en el pecho y usaba pistolas como los “cachaafuera” de la región.

Al preguntar por él me dicen que compra y vende carros venezolanos, también me dicen que se ganó una vez la lotería. Ahora luce en carros vidrio-ahumados, será por eso que no lo veo desde hace muchos años, ahora lo llamarán por su nombre. Cada vez que lo recuerdo, me asalta la frustración por los guayos que no dejaron trascender su fibra campeona. Para mi siempre será “Perita”, el crack de los pies descalzos.

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