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viernes, 22 de septiembre de 2017

Uribia, tierra de melodías libertarias


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez 

Uribia es uno de los pueblos más hermosos que uno pueda conocer  en los calendarios de su existencia y también uno de los más queridos y valorados para quienes tenemos privilegio enorme de haber nacido en La Guajira, y más aún para quienes nacimos en  Maicao, esquina del mundo en donde el árabe y el wayüu colorearon nuestra pluriculturalidad.

Uribia es uno de nuestros hermanos por excelencia. Podría decir que un uribiero no se siente forastero en Maicao ni un maicaero se siente extraño en Uribia. Hay una hermandad sólida, sustentada en la cercanía de la distancia, en la proximidad de las querencias, en las angustias del destino común y en el idioma inconfundible de la solidaridad humana.

El sol inclemente del trópico ilumina hasta el último rincón de La Guajira a las 12 del mediodía, pero el rey de los astros reserva un mayor cúmulo de energía para que el suelo de la antigua Capital Indígena sea la cuna de la metáfora en la que el cielo se vuelve pródigo en obsequios para una raza que ha luchado con denuedo para persistir en el tiempo aún por sobre los embates de la adversidad que a veces se asoma por la circunferencia del tiempo para mostrar su rostro desapacible y desagradable.

El espíritu de lucha de los uribieros es mayor que la fuerza de cualquier adversidad. Por eso el lienzo de su esperanza es la pizarra propicia para escribir una historia de amor sin final entre el hombre y la tierra; entre el sol y el mar; entre el cardón y el viento.

La ciudad estrella, en que todas las calles convergen en la plaza principal es el refugio de la brisa y el balcón de los sueños. En ella se mezclan las huellas de una historia gloriosa, las bendiciones de las ciudades-pueblo y las comodidades de la impetuosa modernidad. Uno puede ser feliz en Uribia, conectado al mundo de las redes cibernéticas  sin dejar de vivir la paz de la realidad propia  que nos conecta con lo autóctono, con lo originario y con lo verdadero.

Un obelisco que se levanta hacia como el cardón que reclama al cielo un poco de agua para mitigar su sed milenaria, adorna la plaza principal y se constituye en el símbolo emblemático de una vereda en donde la arena hirviente de su suelo alberga las pisadas de chivos y ovejos en un maravilloso  bullicio que se convierte en el recordatorio de que mientras haya un rebaño en movimiento habrá esperanza de prolongar la vida, de empujar los sueños del futuro como quien hace rodar  las traviesas agujas del incansable reloj de la historia.

Me siento orgulloso de haber nacido en la indómita península que también alberga a Uribia, tanto como los uribieros se sienten orgullosos de su historia brillante, de la memoria lúcida de los abuelos, de su cultura inmarcesible y de sus tardes tibias y tranquilas abrigadas por crepúsculos indescriptibles dibujados por el sabio pincel del Creador.

Uribia tiene esperanza y futuro. Sueños e ilusiones. Pero sobre todo tiene el derecho inalienable a disfrutar de la encantadora sinfonía surgida del encuentro feliz entre la brisa de oriente y la iguaraya madura con el canto altivo de un solitario cardenal que desde lo alto del  trupío entona su melodía libertaria.


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