jueves, 23 de enero de 2014

El extraño caso del hotel

Tomado de articulo.org

Autor: Alejandro Rutto Martínez

A las siete en punto de la noche, cuando introdujo la llave en la cerradura de la puerta, Ovidio presintió que algo raro iba a sucederle. Contuvo la respiración y giró su mano hacia la izquierda como le había enseñado el camarero del Hotel Granadino cuatro días antes cuando recién llegaba a la ciudad. Empujó suavemente la puerta, dio un paso hacia delante y observó preocupado y estupefacto el espectáculo que se mostraba ante sus ojos: el cuarto estaba... estaba casi vacío. La cama de un solo cuerpo, la nevera-bar, el televisor, la cómoda y la silla habían desaparecido junto con su equipaje, los libros y los periódicos.

En la pared más próxima al baño habían fijado un cuadro en el cual se apreciaba a un hombre de luengas barbas crucificado con la cabeza hacia abajo, lleno de sangre y con un horrible gesto que delataba los espantosos dolores sufridos durante su martirio. Miró hacia todas partes pero no pudo encontrar ningún rastro de los muebles ni de sus objetos personales.

Quiso entrar, para revisar el cuarto de baño con la esperanza de encontrar, al menos, la máquina de afeitar que le regalara su hijo Plinio y su cepillo de dientes, pero lo invadió de repente una sensación de temor y decidió salir lo más rápido que pudo hacia un lugar más seguro. Cuando se disponía a marcharse echó un último vistazo al cuadro. Sus medidas eran de dos metros de alto por uno veinte de ancho.

 El pintor había utilizado colores fuertes pero, sobre todo, el rojo y el anaranjado. El hombre de la imagen estaba envuelto en una sábana y fijado a dos gruesos maderos en forma de cruz por tres clavos exageradamente grandes. La sangre le corría de los pies hacia la cabeza y había salpicado los listones, el manto, la barba y el cabello de la víctima.

Algo en especial le llamó la atención y entonces su angustia fue mayor; cerró la puerta de prisa e hizo un esfuerzo para convencerse de que no era verdad lo que había visto en el último momento: Las gotas de sangre no solo salpicaban el rostro exangüe del crucificado; no solo manchaban su vestidura blanca, no solo se colaba por su barba y su cabello, sino que... salpicaba el piso de la habitación. ¿El piso de la habitación?

No. No era cierto porque la sangre, el cuadro, el hombre muerto y todo lo demás era ficción; producto de la creatividad de algún artista y él, Ovidio Manuel González Iglesia, a sus 58 años, ya estaba muy crecido para andar creyendo en vainas. Caminó presurosamente hacia la escalera por la cual bajaría a la recepción para averiguar por los muebles y por sus pertenencias.

Cuando había recorrido un metro sintió cierto gemido a sus espaldas. ¿Un gemido? No. Tal vez fue un animal. En el tercer piso se alojaba un matrimonio y al niño de éstos le había visto un perrito pekinés en horas de la mañana. Sí, eso era; no había de que preocuparse. Continuó su camino, pero volvió a escuchar un quejido lastimero proveniente de la garganta, ¡no! Del alma de alguien que sufre. Ahora si estaba seguro. No era el ladrido de un pekinés ni el quejido de otro animal. Era el grito apagado de un ser humano al borde de la muerte. Una expresión lastimera, humana y absolutamente sincera de alguien que sufre.

 ¿Qué haría ahora? ¿Continuaría su camino y olvidaría aquel sonido de otro humano quejándose por el dolor? ¿Se quedaría allí esperando un nuevo rastro de la misteriosa voz moribunda? No debió esperar mucho para escuchar de nuevo aquel grito desesperado. La voz lastimera esta en alguna parte, cerca del sitio que él ocupaba ahora en el pasillo. Para ser más exacto, el llamado angustioso provenía ¡Bendito sea Dios! Provenía de la habitación 301 su propia habitación...

 ¿Y qué iba a hacer ahora en ese pasillo largo, solitario y libre de todo rastro humano proveniente de la habitación que él mismo ocupara y cuya llave tenía aún consigo? ¿Huirá despavorido sin saber exactamente de que huía? ¿O se devolvería para enfrentarse de una vez por todas con el misterio y también con el peligro?

 Vio su reloj. Habían transcurrido solo tres minutos desde cuando abandonó el cuarto. Tres largos minutos en los que la tierra había continuado su perenne recorrido alrededor del amo de los astros, pero él seguía ahí petrificado, como le sucedía en las noches lejanas de la infancia cuando sus hermanos mayores y el novio de su hermana se dedicaban a contar cuentos horrorosos e interminables de muertos que regresaban de la tumba; de voces que salían de ninguna parte; de gritos que se sentían en donde no había nadie; de pasos presurosos cuyos dueños nunca fueron vistos; de gritos de vaqueros conduciendo una bulliciosa manada de vacas sin que nadie pudiera ver nunca los animales ni a quienes los guiaban; de ruidos extraños en habitaciones desocupadas; de sombras extrañas....

 En fin... se sintió acobardado como en aquellas noches en las cuales, después de escuchar a los adultos y sus historias macabras durante dos o tres horas, lo único que lo tranquilizaba era meterse en medio de papá y mamá a pesar de las protestas y los regaños de sus viejos. Tan viejos en aquel entonces como lo era él en este día y a esta hora en que el horror se alojaba en cada una de sus células, sin saber si correr en dirección opuesta al peligro o enfrentarlo de una vez por todas sin importa cual fuera el precio de tal acción a la cual algunos llamaban intrepidez pero él había llamado siempre falta de prudencia.

 Sin saber cuándo ni porqué tomó de pronto una decisión. Sacando valor de alguna parte, se devolvió, llegó de nuevo ante la puerta, la abrió sin dubitaciones ni arrepentimientos tardíos para encontrarse con el espectáculo pavoroso (horror) de la miseria humana plasmada en aquel cuadro de tonalidades diversas en que el anaranjado de la tarde conversaba sin afanes con el amarillo del desierto y juntos elaboraban una sintonía de matices inigualables para hacerle una venia al rojo intenso de la sangre derramada en la humanidad exánime de aquel hombre moribundo o muerto, quien pudo haber sido un abuelo feliz de la tierra del sol; o un patriarca sabio del Oriente recóndito; o un pastor de ovejas en la llanura inmensa de la cual hablaban sus hermanos cuando no estaban sumidos en el espeluznante juego de contar historias de finados inconformes y de almas en penas; o un apóstol de los doce que acompañaron al Mesías. El que era y ahí estaba en el lienzo de un pintor desconocido.

 La habitación estaba sola y vacía, salvo por la presencia de ese cuadro de belleza seductora y misteriosa. De ese lugar no podía proceder el gemido de un ser humano; por lo menos no el gemido de un ser de carne y hueso. Paseó la vista por las cuatro paredes de la habitación y no encontró huellas que delataran a alguien que hubiera gemido. Su mirada se detuvo de repente en algo a lo que antes no le había prestado atención; la puerta entre abierta del cuarto de baño.

¿A acaso él no la había visto cerrada cuando entró a la habitación, unos minutos antes? Si, la puerta estaba cerrada, no le cabía la menor duda. Pero ahora estaba ahí, abierta a medias, como retándolo burlonamente para que continuara su minucioso registro. ¿Quién la abriría? Se preguntaba. Esa era una noche de sucesos inexplicables; cuadros insinuantes; gemidos acongojadores; soledades infinitamente desoladas; pasillos interminables; colores descollantes, recuerdos espeluznantes....

Y ahora... como si faltara algo, una puerta abierta cuando la lógica de la ciencia y la racionalidad de lo pragmático indicaban que debería estar cerrada como él la había dejado un rato antes. ¿En verdad estaba cerrada esa puerta? Eso era lo que él creía pero no podía confiar en su memoria miedosa en un momento como aquel, en que hubiera querido correr de nuevo hacia el pasado, atravesar la antesala del recuerdo; despejarse de la valentía fingida y meterse de una vez por toda en la cama de sus padres aunque éstos lo regañaban por su cobardía precoz.

 Pero ya no podía actuar así. La infancia estaba a cincuenta años de distancia y sus viejos deberían estar reunidos a esta hora con el resto de sus mayores en algún lugar del más allá de donde solo regresaban muy de vez en cuando para aparecérsele en los sueños estremecidos de sus malas noches o en las historias recurrentes de su hermano mayor Rafael, a quien las borracheras cada vez más frecuentes, le daba por contar la vida y obra de sus padres desde que el viejo Egidio llegó en barco desde más allá del mar hasta la noche en que mama Juana cerró sus ojos mientras rezaba una oración para que su nieto Iván no volviera a convulsionar.

Oyó un nuevo ruido que lo obligó a salir bruscamente de su viaje al mundo del ayer. Una ráfaga de viento había movido las cortinas de las ventanas. Volvió a mirar hacia la puerta del baño y ésta seguía a medio cerrar. ¿Quién la había abierto? Él no lo sabía, pero... si estaba abierta era porque alguien más había estado en ese lugar. En ese caso ¿Quién?

No había ninguna respuesta. En un momento de lucidez extrema o de locura irremediable él no podía distinguir bien de qué estado mental se trataba, caminó hacia el baño, empujó la puerta hasta abrirla totalmente y se dispuso a entrar. ¿A entrar? Aún estaba a tiempo de devolverse y de abandonar de una vez por todas aquel maldito lugar. ¿Irse? ¿Y quedarse por siempre con la curiosidad de saber que había adentro? No, no quería ser perseguido por la incógnita. Así que se tragó su miedo, sacó un poco de valor quién sabe de dónde y entró al baño.

Allí, en aquel lugar... vio lo que sospechaba ¡Nada! Ese sitio estaba vacío por completo. Ni siquiera su máquina de afeitar, ni su cepillo de dientes. En un rincón, cerca de la puesta pudo divisar un pequeño frasco con pintura roja y dentro de éste un pincel cuyo mango estaba manchado del mismo color. Regresó a la habitación y de ésta al pasillo; escucho por última vez el quejido lastimero proveniente de algún lugar del edificio, pero no se devolvió.

Tenía la decisión de bajar a recepción a preguntar por sus cosas. Llegó a la escalera, descendió rápidamente y, cuando por fin estuvo frente a la recepcionista, le preguntó sin demoras: -Señorita, soy huésped de la habitación 301. Al regresar no he encontrado mi equipaje ni mis objetos personales - ¿Es usted pintor?- No señorita no soy pintor- Un momento... profesión... pintor. Es lo que aquí.- Si, pero yo no soy pintor y hasta hace unas horas ocupaba esa habitación.- ¿Y usted dice que estuvo alojado aquí hasta hace unas horas?- Si señorita. Y aún tengo en mi poder la llave de mi habitación. La 301- Espere un momento, caballero. La recepcionista hizo varias llamadas.

Ovidio esperó impaciente aquellos minutos. Según el reloj de su desesperación transcurrieron como treinta años. Según el reloj de la pared no habían pasado más de cinco minutos. - Don Ovidio, mi compañera me informa de un pequeño cambio. Sus cosas han sido trasladadas a la habitación 201. La 301 se la hemos arrendado a un artista que por cada año visita la ciudad por estos días y siempre pide el mismo cuarto. Pensamos que usted no se molestaría.

En todo caso le ofrecemos nuestras disculpas y le obsequiamos este bono para que consuma lo que desee en el bar, por cuenta de la casa.- Ovidio hizo un gesto de comprensión, entregó la llave y recibió la que le ofrecían, junto con una tarjeta color azul. Caminó sin prisa hacia su nuevo cuarto, introdujo la llave en la cerradura, empujó la puerta y se encontró ante una cama limpia y ordenada; en el rincón una mesa y sobre la mesa la caja con sus libros. Todo estaba en orden. Todo menos sus ideas.

Por eso no pudo dormir bien esa noche. A la mañana siguiente empacó la ropa, sus periódicos viejos, los libros de segunda comprados a buen precio en la librería "MARKOS" y cuatro discos de Alfredo Gutiérrez, los cuales había comprado en un remante de música de antaño. Pago la cuenta en el hotel, tomó un taxi hasta el Terminal, compró el tiquete de regreso a su pueblo, pasó por el puesto de revista en donde adquirió un ejemplar del "Diario el Atlántico" y se dirigió al puesto que más le gustaba: en la mitad del bus, ventanilla de la derecha.

 Dos minutos antes de que el vehículo iniciara su marcha abrió el periódico y leyó el titular de grandes letras rojas: "El extraño caso del Hotel" la nota era extensa y en el centro de ella figuraba una foto a todo color: un cuadro en donde un hombre crucificado, con la cabeza hacia bajo, hacia esfuerzos por aferrarse a la vida.

 AUTOR: Alejandro Rutto Martínez

Se autoriza la reproducción por cualquier medio siempre y cuando se cite la página y el nombre del autor. 

viernes, 10 de enero de 2014

El libro que hace una radiografía de la Guajira


"La Guajira, Realidad mágica" es uno de los documentos que mejor dibuja la vida del departamento de La Guajira a través de las diferentes etapas de su historia. Costa de una sucesión de crónicas en las que el autor narra hábilmente varios de las más importantes facetas del acontecer en la Península, entre ellos sus bonanzas desde las perlas hasta el carbón, el sufrimiento de la etnia wayüu, el potencial turístico de la región, los rituales de vida, el exótico comercio de Maicao, la música de acordeón...en fin, son 21 historias que su autor, el periodista y escritor Pepe Palacio ha recogido de su vasto arsenal literario para entregarlo en este bello libro que va por su tercera edición. 

La tercera edición ha tenido el apoyo de la alcaldía municipal de Riohacha y por la secretaría de educación y permitirá que las nuevas generaciones de estudiantes tengan a mano una obra en la que de manera permanente podrán consultar buena parte de la historia de los últimos tres siglos de la región.  “La Guajira, realidad mágica” será un medio para que los jóvenes y los niños se conozcan un poco más a su tierra y de ésta manera aumente su amor por ella. 

En el decir de Rafael Ceballos, alcalde municipal de Riohacha, es ese el propósito de haber apoyado a Pepe Palacio para que la tercera edición de su libro se convirtiera en una realidad tangible. Además, hace parte de la intención del Gobierno municipal de impulsar el gusto por la lectura, para lo cual se ha iniciado la construcción del Plan Institucional de Lectura Escritura y Oralidad en las escuelas y colegios y se ha construido una hermosa Biblioteca en la Comuna 10,  la más popular de la ciudad.

Pero volvamos a las páginas del libro que nos ocupa y digamos que al leerlo uno encuentra buena literatura como ocurre en las líneas dedicadas a la fundación de Maicao en la crónica titulada “Maicao, exótico emporio comercial”. Además de su importancia histórica el escrito matiza la crónica con pinceladas de poesía como ocurre en éste fragmento: “Todo comenzó cuando un día de aquel año llegó (Manuel) Palacio López con su familia y se detuvo en esa zona arenosa y seca. Miró hacia el norte de la península y su vista se perdió en la inmensidad y llanura del desierto y luego la volvió a su derecha y divisó el horizonte venezolano. Aún montado en su caballo, exhaló un suspiro y, sin pensarlo dos veces, en una decisión visionaria y como queriéndole poner punto final a su trashumancia gitana descargó los animales y pro cedió a construir aquella primera choza…”

El libro adquiere un mayor tono de realismo mágico en uno de sus capítulos finales titulado  “La cantera del realismo mágico” en el que hace un estudio detallado de la relación íntima, estrecha y tangible de Gabriel García Márquez con todo el departamento de La Guajira y de manera especial con su capital Riohacha, la tierra en donde fue engendrado en la casa situada en una calle del centro. ¿Quiénes habitamos hoy en día en La Guajira? Pepe Palacio nos tiene la respuesta: “Hombres y mujeres con idénticas características a los personajes que brillan con luz propia  en las novelas y cuentos de Gabriel García Márquez, deambulan por el norte y el sur del departamento de La Guajira”


Un buen plan para hoy o para mañana o para una de estas tibias tardes aireadas por la brisa generosa y refrescante, es colgar la hamaca entre un árbol de mango y otro de níspero y dedicarse a gozar con desasosiego de las páginas placenteras de “La Guajira, realidad Mágica”. 


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lunes, 30 de diciembre de 2013

Si Cristo hubiera nacido en Riohacha



El nacimiento de Cristo

Por: César Castro Hernández
          
Siempre me ha asaltado la inquietud y la curiosidad de saber qué habría pasado si Dios en vez de enviar a su hijo Jesucristo a nacer en Belén, hubiera ordenado que el nacimiento de El Salvador se diera en Riohacha, un punto a orillas del Mar Caribe, con una temperatura media de 34 grados centígrados y poblado con gente mayoritariamente riohachera; pero, también por gentes llegadas de Santa Marta, Barranquilla, Cartagena, Montería y de las islas del caribe, particularmente de Aruba y Curazao.

Ya desde antes de nacer, Cristo, se vería enredado en un cipote escándalo. Las viejas del barrio Arriba y del Barrio Abajo que madrugan escoba en mano, dizque para barrer las puertas y no para enterarse de las últimas noticias, se hubieran dado gusto. 

"Ambúa. Imagínate, que Maye, sí, la pelaíta esa que no quiere ni pisá el suelo, está preñá del viejo Chema. Aunque yo hablé con Chema y él dice que no tiene nada que ver con el asunto y que ese pelao no es de él".

En fin, que el viejo Chema terminaría aceptando la barriga de Maye, comprometiéndose con ella y diciendo que padre es el que cría. Así pasaría. Pero, Chema no perdonaría las habladurías de los vecinos ni de sus amigos más cercanos por lo que habría decidido no poner a ninguno de compadre y que el pelao se bautizaría ya grande. Sin embargo, aunque sin bautizar, toda Riohacha se enteraría de que Maye llamaba a su hijo como Jesús y terminó llamándolo Chucho. 

Chucho se aficionaría desde temprano a las labores de pesca y crecería con la espalda al sol ayudando a los pescadores, unas veces debajo el puente del ríito y otras ayudando a echar las lanchas al mar en El Guapo

Me imagino el escenario de Jesús nacido en el barrio Arriba de la capital guajira y desde entonces se le conocería como Chucho, el hijo de Chema, el de Maye, carpintero constructor de lanchas de madera para la pesca. Y su mamá sería Maye, la prima-hermana de Chave, la vendedora de tortuga frita.

Maye y Chave se visitarían mucho y se mandarían platos de comida una a la otra porque ambas estarían preñadas y se darían ánimo y consuelo en medio de los latigazos de la lengua de los habitantes del barrio. Chave, preñá y con un marido como Zacarías, ya bastante anciano  y Maye, preñá y sin marío. Ambúa.

La Biblia no informa de la ubicación ni qué hizo Cristo en el tiempo comprendido entre sus 15 y sus 30 años. Pero, si ellos no lo supieron aquí en Riohacha si se hubiera sabido rapidito. Las bolas llegarían rapidito y más rápido que un correo electrónico.

A Chucho lo vieron bien. Viviendo bien. Casado con una vieja de plata en un pueblo de Brasil y ni se acuerda de su mamá.

Otros vieron a Chucho, preso en una cárcel de los Estados Unidos, condenado a 20 años por tráfico de drogas y ni se le conoce porque está gordo y tiene una cortada en la cara. Él mandó una plata a su mamá para cuando salga, poner un negocio aquí en Riohacha.

Chucho murió en un tsunami en Venezuela y lo enterraron sin que nadie supiera quien era él.

Pero, el escándalo mayor sería cuando Chucho apareciera en esa Riohacha de principios de siglo con sus calles arenosas, sin energía eléctrica, sin alcantarillado, sin acueducto. Pero, con un gran movimiento comercial con las islas del caribe y el parque Padilla convertido en uno de los grandes puntos de encuentro de la ciudad para dialogar, para sentarse a descansar, para comentar la realidad local y nacional. Ya desde entonces, se le conocería como El Congresito.

Y en todo el frente del parque Padilla, estaría allí, majestuosa, la Catedral de Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha. El sitio de adoración de la Vieja Mello

Y allí, en esa pequeña plazoleta entre la Catedral y el parque, aparecería Jesús, después de 15 años de ausencia, diciendo que era el Hijo de Dios y que lo escucharan.

De salida, especialmente los habitantes del barrio Arriba lo reconocerían y dirían, bueno y ¿Ése no es el hijo de Chema con Maye la del barrio Arriba? Tá loco. Llamen a Chema pa`que se lleve a su loco para la casa.

Jesús insistiría en hablarle a la gente. Pero, comenzarían a tirarle papeles, zapatos viejos, pepas de mango, cáscaras de piña y de mamón.

Un abogado riohachero, tomaría la vocería y diría: Déjenlo hablar que él es riohachero y tiene todo el derecho del mundo. Pero, la bulla aumentaría el volumen.

Una señora recién salida de misa diría que a ese poco de locos que han llegado a Riohacha hay que recogerlos, montarlos en un camión y llevarlos para su pueblo. No les prestaría atención a unos muchachos que le dicen que Chucho es riohachero.

Un muchacho moreno, embolador del parque diría que dejen al man que hable, eche, si el man tuviera billete, entonces, sí, pero, como el man está llevao, por eso no lo quieren dejá hablá.

El párroco de la Catedral saldría convencido de la locura de Jesús y lo tomaría suavemente del brazo, lo sacaría de en medio de la multitud y le diría que se fuera para su casa que yo conozco a tus padres y a tus hermanos y no quiero que te pase nada malo.

Un hombre moreno abrió la puerta de su moderno vehículo y gritó yo no como de locos, como me lo encuentre por ahí, de noche y solo, le reviento la cabeza a plomo.

Los periódicos nacionales no le pararían ni cinco de bolas a un loco nuevo que apareció en Riohacha diciendo que es el Hijo de Dios y los medios de comunicación locales se comprometerían en una campaña para ayudar económicamente a la familia de Chucho para que éste pueda ser llevado a una clínica de recuperación en Bucaramanga.
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martes, 24 de diciembre de 2013

Lucas fuentes, el arte de la potencia en el fútbol

Por: Alejandro Rutto Martínez

Tomado de Articulo.org

Lucas Fuentes en los tiempos en que jugaba para el Unión Magdalena

El fútbol es un arte complejo y por complejo hermoso. En él se combina el ilusionismo de los malabaristas brasileros; la potencia de los delanteros europeos;  los impresionantes reflejos de los arqueros africanos; la capacidad de lucha y la perseverancia de los equipos europeos; el funcionamiento de alta precisión de algunas selecciones holandesas; la cohesión  y logros de la España de Vicente del Bosque; la fuerza bruta de los alemanes y la inagotable disposición de la mayoría de las hinchadas para sufrir lo indecible.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Biografía de Diomedes Díaz

Tomado de Wikipedia

Diomedes Díaz (finca "Carrizal", La Junta, corregimiento de San Juan del CesarLa Guajira26 de mayo de 1957 - Valledupar22 de diciembrede 2013), también conocido como «El Cacique de la Junta»,1 2 fue un cantautor colombiano de música vallenata. Es considerado uno de los máximos exponentes de la música vallenata, a pesar de generar polémicas por su adicción a la drogas y de una vida de altibajos.3 4
Grabó temas vallenatos que fueron éxitos en Colombia y Venezuela, derivando en millonarias ventas de discos y por las cuales obtuvo múltiples reconocimientos a nivel nacional e internacional (discos de oro, platino y múltiple platino). Entre los principales éxitos se destacan composiciones propias como «Tres canciones», «Bonita», «Mi primera cana» o «Sin ti», además de canciones de otros compositores que interpretó con éxito, como «Sin medir distancias», «Tú eres la reina», «Amarte más no puedo», «Todo es para ti», «Lo más bonito», «Lluvia de verano», «La Juntera», entre otros.

Primeros años

Nació en la finca "Carrizal", en La Junta, corregimiento de San Juan del Cesar, Guajira, el 26 de mayo de 1957. De extracción humilde y campesina, pasó sus infancia trabajando como jornalero.
De adolescente perdió el ojo derecho al recibir accidentalmente una pedrada cuando con algunos amigos trataba de alcanzar un racimo de mangos.5
A los quince años se desempeñó como mensajero en bicicleta en la emisora Radio Guatapurí de Valledupar, por la que se dieron a conocer sus primeras composiciones, "La Negra" y "El Cantor Campesino", grabadas posteriormente por Jorge Quiroz y Luciano Poveda.6
En 1976 grabó por primera vez junto con el acordeonero Náfer Durán, hermano de Alejandro Durán, el disco "Herencia Vallenata".6
El apodo "El Cacique de la Junta" se lo debe a Rafael Orozco, quien lo llamó así en su interpretación de la canción de la autoría de Díaz "Cariñito de mi vida" (1975).6

Estrellato

Diomedes Díaz alcanzaría el estrellato en 1978 con el disco "La Locura", teniendo como acordeonero a Juancho Rois. Afianzaría su éxito con acordeoneros como Nicolás Mendoza y Gonzalo Arturo "El Cocha" Molina antes de volver a hacer pareja con Juancho Rois en 1988, una de las uniones más exitosas en la historia de la música vallenata que duraría hasta la trágica muerte de Rois en 1994. Díaz continuó su carrera acompañado por acordeoneros como Iván Zuleta, Franco Argüelles, Álvaro López y Juancho De la Espriella.
Diomedes Díaz es el mayor vendedor de discos en la historia de Colombia, las ventas de sus discos superan los 20 millones a lo largo de toda su carrera, por lo que se hizo merecedor de discos de oro y de platino. En 2010 ganó el Grammy Latino en la categoría Cumbia/Vallenato.7 8

Muerte de Doris Adriana Niño

A la medianoche del 14 de mayo de 1997, Doris Adriana Niño García (22 años de edad), quien sostenía una relación sentimental con Diomedes Díaz,9 se trasladó al apartamento de éste en el barrio San Patricio (Usaquén),10 en compañía de un escolta de Díaz.11 Algunos ocupantes del apartamento consumieron bebidas alcohólicas y cocaína.9 En el lugar se encontraba en ese momento Luz Consuelo Martínez, con quien Díaz sostenía una relación amorosa y quien al parecer estaba embarazada de él.9 Aquella noche perdió la vida Adriana Niño García.11
El 15 de mayo, un campesino encontró el cadáver abandonado de Niño García en la zona rural de CómbitaBoyacá, y dio aviso a las autoridades.9 La Fiscalía pensó que se trataba de una prostituta de la región.9
La causa de la muerte de Niño García fue plenamente establecida.12 En un informe, el Instituto de Medicina Legal concluye que Niño García murió aproximadamente a las tres horas del 15 de mayo, a consecuencia de un paro cardiorrespiratorio, provocado por una sobredosis de cocaína.12 El fallo proferido por el juez 46 penal de Bogotá declaró a Diomedes Díaz culpable de homicidio preterintencional.13 Esto quería decir, según consta en la sentencia, que Díaz usó la fuerza contra Niño García cuando, intentando controlarla o acallarla, le tapó la nariz y la boca con su mano, lo que le ocasionó a la postre la muerte por asfixia.13 Para el juez del caso, Díaz era consciente de que con su acción iba a hacerle daño a Niño García pero no tenía la intención de asesinarla.13
Por estos hechos, Diomedes Díaz fue condenado a 12 años de prisión por el delito de homicidio,14 sin embargo, un juez redujo su condena a 6 años, de los cuales cumplió 3 años y 7 meses, recibiendo luego la libertad condicional.14
En 2007, Díaz pagó una indemnización equivalente a 67.000 dólares a la familia de Niño García. El abogado defensor de Díaz dijo que el dinero fue depositado por concepto de daños morales y materiales.14

Problemas de salud

Desde 1997 padeció el síndrome de Guillain-Barré y en una ocasión fue sometido a una operación de corazón abierto. El 30 de octubre de 2012 sufrió un accidente automovilístico cuando se dirigía a su finca Las Nubes en el departamento del Cesar, por lo que tuvo que ser intervenido quirúrgicamente para extraerle coágulos de sangre de los pulmones. En junio de 2013 fue operado de un tumor en la columna.15 6

Muerte

Murió en Valledupar el 22 de diciembre de 2013 a causa de un paro cardiorespiratorio a las 6:15 p.m. cuando se encontraba descansando en su cama. Las primeras versiones indican que Díaz se encontraba durmiendo y su esposa Consuelo al percatarse de que no se movía llamó a una ambulancia que de inmediato lo trasladó a una clínica, donde se confirmó su muerte. Allegados han dicho que sus funerales durarán cuatro días.16 17
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